Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

EL ÚLTIMO ENTRE LOS ÚLTIMOS


Sé que soy el último entre los últimos, y porque soy el último entre los últimos, y aunque soy el último entre los últimos, y a pesar de que soy  el último entre los últimos en tantas y tantas cosas, en tantos y tantos aspectos, en tantos y tantos quehaceres, hoy me quiero referir a una de mis últimas aficiones que no es otra que el noble oficio de manchar el papel con garabatos para al final tratar de decir algo que probablemente a nadie le interese, asunto en el que también me considero el último entre los ú ltimos, a pesar de que a un tiempo me sienta satisfecho después de casi todo lo que termino, ejercicio propio de narcisos y fatuos.
Nos dice Cervantes por boca del canónigo en su diálogo con don Quijote sobre libros de caballería y otras cuitas, que después de dejarse las cejas para escribir un libro... Hoy, en lenguaje más moderno y coloquial, diríamos que para escribir un libro nos dejamos los cuernos (si es que los hubiere) y el resultado vendría a ser el mismo al que en el capítulo XLVIII de la primera parte del Quijote se refiere el mencionado canónigo.
Mientras paso las vacaciones en mi refugio alpujarreño junto a mi mujer, me refugio en la segunda parte del Ingenioso hidalgo al tiempo que espero ver publicada mi versión en romance de la primera. Sentado bajo un sombrajo junto a la pequeña piscina que nos refresca del asfixiante calor de este verano, me quemo las cejas, me dejo los cuernos (si los hubiere), al tiempo que en la radio cada equis horas los locutores de la emisora que mejor se oye y que sólo emite música, normalmente en castellano, nos presentan una y otra vez a éste o al otro cantante o grupo cuyos discos (CDs les llaman ahora) que hablan de ir a la playa con Yonatán y Yenifer, o repiten setenta veces siete algo sobre siete horas, se venden como rosquillas y en los que los autores de las melodías mucho me temo que poco o nada se han quemado las cejas o se han dejado los cuernos (si los hubiere).
Entre lo que haces y lo que oyes te surge la duda de si merece o no la pena quemarse las cejas, dejarse los cuernos (si los hubiere) en algo que al público en general poco o nada le interesa. Te acuerdas de los que están mucho más arriba que tú y que a pesar de hacerlo muchísimo mejor, se encuentran en circunstancias parecida a las tuyas, y esto no te sirve para nada de consuelo. Te deprimes un poco, pero puede más el ego y la petulancia, y sigues dale que te pego en tu nueva y brillante actividad masoquista que tanto placer te produce.
Poco importa que nadie te haga caso, que lo que produces no se publique jamás, que los que triunfen sean los que disponen de la mercadotecnia adecuada y necesaria, aquellos que además dan al pueblo en general lo que éste demanda; tú, erre que erre, sigues haciendo honor a la inicial de tu segundo nombre.

Teodoro R. Martín de Molina. Julio-2005.