"DESINTOXICACIÓN"
Un amigo mío dedicaba una vez al año unos cuantos días a desintoxicarse (así, al menos, lo llamaba él). Dicha desintoxicación consistía en pasar un día en absoluto ayuno, mejor dicho, bebiendo única y exclusivamente caldo de cebolla. Me decía que este caldo tenía propiedades curativas amén de hacer que te fueses de vareta, o por las patas abajo, al poco tiempo de andar ingiriendo grandes cantidades de infusión tan olorosa y matancil. Solía durarle la tal desintoxicación una semana más o menos, durante la cual no probaba el tabaco ni el alcohol, se relajaba en las obligaciones maritales y parecía que la limpieza de intestinos a la que se sometía le despejaban, además de los susodichos, la mente y el alma, para ello solía acompañar el día de ayuno y los sucesivos de caguetas con reflexiones espirituales apoyadas en sus conocimientos, someros pero conocimientos al fin y a la postre, de yoga. Tras el mencionado período volvía a sus costumbres de siempre y con más brío, así que… hasta el año siguiente y si te vi no me acuerdo. Durante este verano, por mor de mi estancia más prolongada en lugar en el que internet es inaccesible, y porque las escapadas a la ciudad han sido las imprescindibles, he podido sentir en mi cuerpo algo parecido a lo que decía mi amigo que sentía cuando llevaba a cabo su desintoxicación. La mía no ha sido a base de infusión de cebolla ni me obligaba a ir al servicio con tanta frecuencia, sino que ha consistido en una abstemia de internet y asimilados. En un principio pensé que no iba a ser capaz de estar más de una semana sin tener acceso al cotilleo diario de las webs amigas, de los correos electrónicos y de la publicación de cualquier parida que se me ocurriera, pero ocurrió, y eso es lo extraordinario, que ni tan siquiera se me venía a la mente una maldita idea que desarrollar o a la que tratar de dar cuerpo. Y es algo que ni siquiera me pareció mal, sino que me hizo dejar pasar los días de un modo totalmente relajado y sin acordarme apenas de las redes ni de los motivos que me han hecho estar enganchado durante estos últimos cinco años, de un modo u otro, en su, a veces, obsesiva tela de araña. También me parecía difícil que pudiese transcurrir un tiempo sin dedicarle a esto de la escritura la atención que hasta ese momento me sentía casi obligado a prestarle, pero todo cambia, y las personas formamos parte de ese todo y también, por fortuna, solemos cambiar. Han sido los últimos ocho años un período en el que casi a diario siempre he dispuesto, y me he preocupado por ello, de un rato que dedicarle a este tardío vicio de ocuparme por unir palabras con las que tratar de exponer de un modo más o menos coherente lo que mi imaginación, mis sentimientos, mis recuerdos, el mundo en el que vivimos y otros muchos etcéteras me deparan. Respecto al período de vacaciones siempre procuré que fuese algo distinto a lo entendido como tal, es decir, pasar mucho tiempo mano sobre mano sin dedicarse a nada en concreto. Las vacaciones suponían para mí un cambio de actividad más que el no hacer nada, algo que me relajaba y que me hacía descansar respecto a la actividad propia de todo el año, pero que hacían que mi cuerpo y mi mente se mantuviesen ocupados en niveles nada desdeñables para hacer que me sintiese realizado como persona en el más amplio sentido de la palabra. Así, si todo el año estaba dedicado a tratar de enseñar a varios grupos de alumnos, durante el verano me desahogaba peleándome con los productos del huerto con peor o mejor suerte, o dedicaba mucho de mi tiempo a otras actividades manuales y artesanales que siempre me llamaron la atención pero que, evidentemente, mi profesión no me permitían dedicarme a ellas. Este verano, también he renunciado a ese concepto de vacación y he roto con uno de mis principios más querido de antaño, aquello de lo que presumía ante mis compañeros y alumnos: “En verano descanso haciendo algo distinto a lo que hago a lo largo del curso”. El relax se ha apoderado de mí. He dedicado el tiempo a tomarme, metafóricamente, tazas y tazas de caldo de cebolla y a desintoxicar mi cuerpo y mi mente lejos de todo lo que significa la nueva civilización cibernética y, yendo más allá, he dejado descansar mi mente esperando que el inicio del nuevo curso me halle con nuevas y renovadas ideas y, algo que también desearía, un poco más relajado respecto al concepto casi obligatorio de actividad creativa en el que, casi sin darme cuenta, estaba cayendo. Tranquilidad y buenos alimentos, es un viejo axioma de filosofía popular que no nos vendría mal a algunos, a mí el primero de todos. Teodoro R. Martín
de Molina. Agosto de 2008
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