Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"DE ESPALDAS AL PUEBLO"
     
    Hay ocasiones en las que escribir sobre algunos temas que te afectan por proximidad emocional o física te resulta difícil. Así me ocurrió hace poco cuando comencé a pergeñar unos párrafos sobre dos condenas judiciales que me afectaban de algún modo: una porque recaía sobre un paisano y la otra sobre un prelado de la diócesis a la que, hoy por hoy, pertenezco. Al final se impuso el sentido común a las ganas de exponer mi punto de vista y envié el artículo a la papelera del ordenador.
    No obstante, cuando la semana pasada leí en la prensa nacional una referencia sobre una celebración del Papa Benedicto XVI siguiendo el rito anterior al Vaticano II en la que el oficiante lleva a cabo la misma de espaldas a los fieles, empezó a urdir mi mente esta líneas que, con no poca pena, dejo a continuación…
    Coincidió en el tiempo esta noticia con una visita que realizaba a Antequera, una de las más bellas ciudades andaluzas. Desde la explana próxima a los Arcos de los Gigantes, cerca de la colegiata de Santa María, se puede divisar una casi completa panorámica de la ciudad y se aprecian las decenas de campanarios que nos insinúan que a sus pies se encuentra o bien una iglesia o bien un monasterio; en cierto modo me recordaban los muchísimos minaretes de las mezquitas de El Cairo que se ven desde la vieja Ciudadela –otra religión, pero un mismo Dios–. Siendo hora de asistir a los servicios de la víspera de festivo, nos aprestamos a entrar en la primera de las iglesias con las que nos topásemos –literalmente, como se recoge en el Quijote–, y así recorrimos buena parte de las calles de Antequera sin encontrarnos una de ellas abiertas al culto (probablemente abran en otros horarios para visitas turísticas).
     Al fin, cuando dimos con una en la que estaba a punto de comenzar la Santa Misa, entramos y nos llamó poderosamente la atención el “lleno absoluto” –algo bastante inusual en nuestros días–. Bien que, al poco de estar en el interior del templo, pudimos constatar que nosotros, que ya no cumplimos los cincuenta ni los cincuenta y cinco, formábamos parte, probablemente, del grupo de los más jóvenes de los feligreses: más del noventa por ciento pertenecían a los jubilados de la vida laboral ampliada según los deseos de los distintos gobiernos, es decir, la inmensa mayoría de los presentes pasaban ya de los setenta. No dejó de llamarnos la atención el hecho de que en una ciudad tan grande los jóvenes y niños brillasen por su ausencia en la única misa que esa tarde se decía en la principal iglesia de la población. 
    El motivo del “lleno” quedó pronto al descubierto: se trataba de una misa funeral. Últimamente, para ver los bancos de una iglesia repletos tenemos que asistir a un funeral, una boda o una primera comunión. En las demás ocasiones, domingos y fiestas de guardar –qué decir de las misas diarias–, el vacío es más que evidente.
    La noticia sobre la vuelta del Papa a ritos preconciliares, que recojo en el segundo párrafo de este escrito, no es más que una metáfora de la actitud que en los últimos tiempos está tomando la jerarquía católica y muchos de sus ministros y que obtiene su fruto en la respuesta que los fieles dan a la llamada semanal a reunirnos en el templo para escuchar la palabra de Dios y rememorar la muerte y resurrección de Cristo. Le podremos echar la culpa a los tiempos modernos, a la influencia de los medios, a los gobiernos, etc., etc., más lo cierto y evidente es que, mientras otras religiones ven que sus templos se abarrotan el día semanal que dedican a sus celebraciones litúrgicas, nosotros, los católicos que todavía asistimos a los oficios de los domingos, constatamos que algo no se está haciendo bien por parte de los que deberían, o deberíamos, hacerlo.
    Los obispos van por un lado mientras que el pueblo va por otro. Cada día las actitudes y los discursos de aquellos distan más de lo que la gente en general entiende como el verdadero mensaje de Cristo. Las iglesias se quedan vacías. Mientras tanto los obispos parecen conformarse con las masificaciones que se ven en las procesiones de Semana Santa o romerías –algo que no deja de ser una manifestación folklórica o supersticiosa, más próximo a lo pagano que a lo religioso–, o pretenden suplir ese vacío llenando plazas y avenidas convocando a los fieles a manifestarse por cuestiones que no siempre coinciden con el sentir del cristiano de a pie, sino con los intereses de unos y otros que, aunque se proclamen como tales, muchas veces te hacen dudar de sus verdaderas creencias e intenciones.
    Aunque el papa dé la espalda a los fieles durante la liturgia, la Iglesia jamás debería dar la espalda al pueblo al que se debe. Entonces, seguro que sentirá de frente el calor humano y espiritual de los creyentes apoyando todo aquello que Cristo nos enseñó.

 Teodoro R. Martín de Molina. Enero de 2008

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