Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"CULPABLES"

    No sé muy bien si estas líneas que siguen son solamente una apreciación mía; veremos cuando terminéis su lectura qué decís.
    En nuestro país, en nuestras familias, en nuestros colegios, en los barrios, entre los amigos, los novios, los matrimonios, etc., y en todas las formas en las que el ser humano tiende a unirse para formar sociedad más o menos amplia, cuando llegado el momento de las desavenencias y el fracaso parece que, sálvese quien pueda, el mayor interés que demuestran todos es encontrar al culpable o los culpables de que las cosas llegasen a tal punto. Cada uno busca, evidentemente, al culpable fuera de sí mismo; está claro que la culpa la tiene el otro, nunca el que habla.
    Tanto en las menudencias del día a día como en las grandes decisiones que se toman en contadas ocasiones, cuando se tuercen y no siguen el guión previsto, se nos hace imprescindible encontrar al culpable para que el resto de los que participan en el desarrollo de la misma se puedan sentir tranquilos. En esas situaciones, no son pocas las ocasiones en las que pagan justos por pecadores algo que poco importa a todos los que señalaron con el dedo acusador al culpable, una vez suceda esto hasta pasan a un segundo plano las posibles consecuencias negativas que del caso se derivaran, nos conformamos con ensañarnos con el señalado y su error, en pocas ocasiones nos ocupamos de analizar todo lo sucedido para encontrar sus causas y ponerle remedio para que en el futuro hechos parecidos no se repitan.
    Hacer caer toda la responsabilidad sobre el llamado o los llamados culpables sin entrar a averiguar las casusas últimas que desembocaron en la situación actual no deja de ser una simplificación del asunto y un lavarse la cara para cuando pase cierto tiempo volver a tenerla manchada por similares razones.
    Un par de ejemplos significativos:

        Educación.
    El que un alumno no obtenga buenos resultados tiene tantos culpables como personas intervienen en la educación del muchacho o la muchacha. Para unos son los profesores, para otros el propio alumno, hay otros que piensan que los culpables son los padres, existen aquellos para los que los culpables son las compañías o la sociedad, el sistema educativo o, en último término, el gobierno de turno por no tomar las medidas pertinentes tendentes a evitar el fracaso escolar. Como en la educación son tantas las personas que participan, igualmente son muchos los que son considerados culpables por otros tantos de los que de igual modo intervienen en la buena, o mala, marcha del negocio educativo. Mientras nos culpamos unos a otros, no nos paramos a recapacitar sobre las responsabilidades que cada uno tenemos en el asunto y el grado de cumplimiento o incumplimiento de nuestros respectivos compromisos. Seguro que todos los intervinientes tenemos un cierto nivel de responsabilidad, que no de culpabilidad, en la mala marcha de un determinado alumno o grupo de alumnos. ¿No sería mejor ir a las causas y tratar de corregirlas, sin necesidad de tener que culpabilizar a nadie en concreto? Seguro que así se podría diagnosticar mejor el conjunto de circunstancias determinantes de la situación para que, aunque no se pase por la catarsis de señalar al culpable, podamos tratar de emprender el camino de la solución al problema planteado.

        Crisis económica.
    Después del mal llamado “milagro español” al que todos se apuntaban como promotores del mismo, nos ha sobrevenido esta crisis que nos trae a mal traer y de la que nadie quiere ser, al contrario que del milagro, padre. Algo parecido a lo antes referido sobre educación se podría decir sobre la crisis económica, en la que son tantos los implicados que difícilmente se podrá señalar, por mucho que se lo pida el cuerpo a algunos, a un solo culpable. No obstante, unos se culpan a otros y así llevamos una buena temporada que parece haberse recrudecido en estos días con motivo de la poca predisposición de los bancos a abrir el grifo de los créditos a pesar de que algunos de los solicitantes sean manifiestamente solventes. Unos señalan a la crisis financiera como origen, otros señalan a la economía real como responsable de la situación, otros a los bancos, el gobierno recela de estos y la oposición no da tregua al gobierno al que considera culpable de la crisis mundial, mientras el gobierno considera a ésta como culpable de la propia. Hace un año se culpaba a la subida del petróleo, del IPC, del euríbor y de la mayoría de indicadores macroeconómicos de ella, ahora se habla como culpable a la llamada deflación, es decir, a la bajada de los precios de la mayoría de los productos energéticos y de primera necesidad. Mientras todos se dedican a echar las culpas al otro, nadie se detiene en buscar las causas y las posibles soluciones, si es que las hay, que puedan hacer ver la luz al final de este túnel, más largo de lo previsto en un principio y del que se sabe cómo poco a poco la tuneladora ha ido abriéndose paso entre el cuerpo social de todos los países del mundo, pero que no sabemos cuándo encontrará el final de la montaña que cada vez parece más larga y en cuyas entrañas parece que vamos a estar, seguramente, más tiempo que Jonás en el vientre de la ballena, sin saber el estado en el que, después de deglutirnos sin miramientos de ningún tipo, nos devolverá a arenas nada aplacibles, más parecen guijarros.
    Mientras los distintos agentes sociales, los políticos, y los medios de comunicación siguen día tras día a la gresca en busca de culpables; mientras el gobierno nos sigue insuflando un optimismo, a todas luces poco fundamentado, y la oposición un catastrofismo, siempre exacerbado,  el empleo sigue cayendo y las expectativas de que la crisis sea corta cada vez se hace más improbable. Si, como desean algunos desde los distintos frentes, se llegara a señalar a un culpable de la situación, a quién escogeríamos como chivo expiatorio, ¿sería el Presidente del Gobierno? ¿Sería el sistema financiero en su conjunto? ¿Sería la tan defendida economía de mercado? ¿Serán los especuladores avariciosos que sólo pensaron en ganar y ganar dinero a costa de los demás?
    Más que buscar culpables deberían dedicar su tiempo a encontrar las causas, los motivos por los que hemos llegado a esta situación y tras un trabajo conjunto de gobernantes y oposición, trabajadores y empresarios, responsables de las finanzas y sus clientes, ponerse hombro con hombro y mente con mente para idear el modo de tratar de minimizar el efecto devastador que la crisis puede llevar a las economías más necesitadas y buscar soluciones que permitan pensar en un futuro en el que el estado vuelva a tener su importancia dentro de la economía de cualquier país, visto que dejando a la iniciativa privada todo el peso de la economía  los resultados obtenidos han sido poco halagüeños; así hemos podido comprobar, más que fehacientemente, que la economía privada está lista para administrar las ganancias pero de las pérdidas no quiere ni oír hablar y espera que de ellas se encarguen los estados, como está sucediendo en la actualidad, dando pábulo a elucubraciones, como la nacionalización de la banca, que en un pasado no muy lejano hacían rasgarse las vestiduras a todos los defensores del capitalismo y de sus bondades.

    Achacar a uno solo la culpabilidad del fracaso de una determinada actividad no cabe duda de que es un modo bastante alegre de que muchos miren para otro lado tratando de evitar afrontar las propias responsabilidades, que es dónde debe residir el meollo de la cuestión, en delimitar la responsabilidad de cada uno de los intervinientes en los diversos ámbitos, y de esos errores, que seguro que son de más de uno, aprender la lección para tratar de evitar sus negativos efectos y usar un poco de prospectiva para evitarlos en el futuro.

    A esta economía nuestra a la que hasta hace bien poco, y durante los últimos doce años, tantos halagos se le hacían por parte de todos –cuando digo todos quiero decir todos–, le podremos aplicar el refranero con aquel de: “Entre todos la mataron y ella sola se murió”. Sería deseable que si llega a existir un nuevo “milagro español” se fundamente sobre bases más sólidas que el ladrillo y la especulación, aunque, a decir verdad, en estos asuntos preferiría vivir más apegado a la dura realidad mundana que pendiente de “celestiales” deseos.

Teodoro R. Martín de Molina. Febrero de 2009.
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