LA CUESTECITA DE ENERO
Suele decir uno de mis amigos:
“Jamás he ganado tanto y nunca he tenido menos”. Y no es que el hombre
sea un despilfarrador, sino al contrario, es bastante modosito y buen administrador
de sus bienes.
Subida de sueldo El razonamiento de mi amigo es el mismo que nos hacemos todos los que dependemos de un sueldo, fundamentalmente cuando es la administración la que te lo paga. Un enero tras otro nos lo suben por lo que, evidentemente, cada año ganamos más, pero el porcentaje en el que se ven incrementados los salarios nada tiene que ver con el aumento del IPC del año anterior o del que acaba de comenzar, que siempre supera en varias décimas cuando no en algún punto al aumento del sueldo. Esto inevitablemente conlleva una pérdida de poder adquisitivo que acumulado año tras año, nos hace concluir que la afirmación de mi amigo, por contradictoria que pudiera parecernos, es tan cierta como que estamos en enero. Hasta aquí sería casi soportable el asunto, pues el aumento de los ingresos por antigüedad, nuevos complementos y otras pequeñeces, hacen que ese desfase sea o haya sido, más o menos llevadero. Mas el mes de enero no sólo nos trae la subida de sueldo y las rebajas de enero-febrero, sino que además nos trae la subida de los precios en todos los bienes y servicios a los que estamos obligados a recurrir los consumidores, queramos o no queramos (no es cuestión de volver a la edad media), y estas subidas, por lo general, superan en varias décimas cuando no puntos el porcentaje que aplicaron en el aumento de nuestros sueldos, lo cual supone una merma añadida en el poder adquisitivo de los asalariados. Si a todo lo anterior le sumamos un suceso nada extraño como el hecho de que al subir el sueldo el salario bruto traspase un nuevo tramo impositivo, ello conllevará un incremento de la retención por parte de hacienda lo que supone, en no pocos casos, que la nómina del mes de enero nos llegue con una cantidad menor a la de los meses del año anterior. La subida termina convertida en una bajada. Increíble, pero cierto. El efecto euro Todo lo anterior, con ser generalizado desde hace muchos años, nunca se ha hecho tan patente como en estos últimos, sobre todo desde la entrada en vigor del euro y desde la implantación de las medidas liberalizadoras que acabaron con los monopolios estatales y el intervencionismo del estado en lo referente al establecimiento de los precios en los servicios básicos. Cuando tras el primer mes de implantación de la moneda única europea nos dijeron desde el gobierno que los precios habían bajado cerca de un 2%, hecho que se volvió a repetir en el mes de febrero en términos parecidos, la mayoría de los que no entendemos de economía no dábamos crédito a lo que oíamos o leíamos y pensamos por algún tiempo que no vivíamos en el país que vivíamos sino en otro distinto y que lo que pagábamos en diciembre a 100 pesetas y en enero a 1 euro no era más que una alucinación que había fabricado nuestra enfermiza mente. Ese aumento brutal del 60% en muchísimos artículos de primera necesidad, como fue la tónica generalizada, supuso el enriquecimiento de unos pocos, probablemente los mismos de siempre, y el general empobrecimiento de la mayoría de los ciudadanos. Como se pudo, salimos del bache y fuimos trampeando un mes tras otro y un año tras otro hasta acostumbrarnos a pagar por un kilo de fruta tres eurillos de nada, por un desayuno dos euros y medio o por una caña sin tapa uno cincuenta, y así sucesivamente hasta que cada uno quiera seguir (no toquemos la vivienda). La (in)competencia Parejo a la llegada del euro, poco antes o poco después, vinieron las medidas liberalizadoras. La llamada economía de mercado obligaba a la supresión de los monopolios estatales que daría paso a la competencia entre las distintas empresas privadas y que comportaría, nos aseguraban desde todos los medios gubernamentales y por todos los medios, una reducción de los precios de esos servicios y una ostensible mejora de los mismos. Es verdad que mes tras mes y año tras año hemos ido viendo cómo, desde que CAMPSA dejó de ser el monopolio del petróleo y del gas, la gasolina, el gasóleo, el gas ciudad y el butano, no han cesado de reducir sus precios hasta los extremos en que nos encontramos hoy en día, cuando ya ha dejado de ser noticia de cada fin de semana que el precio de cualquiera de esos productos ha alcanzado la cifra de x céntimos de euro por litro o kilo, como solía ser norma en épocas anteriores. Desde que Telefónica dejó de ser la única compañía de teléfonos ¿Qué decir de los precios de las llamadas telefónicas? No cesan de abaratarse de un modo increíble y la calidad del servicio ha mejorado que para qué contar. Bueno, algunos problemillas para cambiar de compañía, algunas trabas para devolver lo cobrado indebidamente, ciertos problemas de cobertura…, pero qué buen trabajo fue el realizado por Villalonga y su equipo, allá en Miami encontró su merecido descanso. Las compañías eléctricas, esas pobrecitas desgraciadas, que sólo tienen pérdidas año tras año, a las que los sucesivos gobiernos tienen que apoyar económicamente porque si no irían a la ruina, cada día me dejan más perplejo. Sobre todo aquí en Andalucía donde ya no tenemos a Sevillana con toda su ineficacia y desastrosa gestión. Desde la liberalización del sector ya podemos contratar con Endesa y si no, con Endesa; pero si no nos gusta Endesa también podemos contratar el servicio de Endesa. ¡Esto de la competencia es algo alucinante! Si entre los lectores hay algunos de esos, como yo, que suelen guardar las facturas de años, los invitaría a que comparasen los consumos y gastos de entonces con los de ahora, no hay que irse muchos años atrás, la comparación se hace imposible. La mayoría de estos servicios que antes se pagaban en periodos bimensuales ahora los pagamos mensualmente y comparen, comparen… Y si guardáis las nóminas tratad de hacer un último ejercicio comparativo y proporcional, llegaréis a convenir con mi amigo que cuando ganábamos menos, teníamos más, por extraño que nos parezca esta paradoja. Teodoro R. Martín de Molina.
Enero, 2007
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