Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"CRISIS Y CRISIS"

             Durante estas fiestas, una de mis hijas, la que vive en tierra de faraones, ha estado pasando unos días con nosotros; no he tenido más remedio que acompañarla en varias ocasiones en sus salidas para realizar el avituallamiento propio de los que residen fuera de la patria.
    Así, ayer día 3 de enero, primero de rebajas en los comercios al uso de Granada, la acompañé por el centro de la ciudad para llevar a cabo las compras de última hora –hoy se volvía a su lugar de trabajo–, y otras que surgieran sobre la marcha. Amaneció un día lluvioso, y la lluvia nos acompañó durante todo el día y por supuesto durante el recorrido. Mientras madre e hija realizaban unas compras más específicas, yo me acerqué hasta la plaza de la Trinidad a recoger un encargo. Desde el inicio de la calle del Silencio pude ver una perspectiva general de la plaza y la calle Mesones –una de las pocas peatonales de Granada–, pues bien, a pesar del día de perros que hacía, la calle estaba de bote en bote, abarrotada de público transeúnte que entraba y salía de los comercios y que partían o desembocaban en la plaza de la Trinidad o en Puerta Real, principio y fin de Mesones. Esta visión me trajo aquella de los entierros de mi pueblo en los que uno actuaba de monaguillo y que al llegar a la puerta de la iglesia, volvía la vista atrás y la muchedumbre se agolpaba hasta el final visible de la calle Larga, ante ello no pude más que pensar que aquello se trataba igualmente de un entierro, en esta ocasión el de la crisis económica que dicen que estamos padeciendo. No es posible creer que en un país que se dice en crisis pudiesen producirse las aglomeraciones de personas y de vehículos en todas las vías, aparcamientos y establecimientos de todo tipo de la ciudad en un día de lluvia como el de ayer.
    Hoy, primer domingo de rebajas, he tenido la fortuna de sólo salir para llevar a mi hija al aeropuerto muy tempranito, con lo que apenas había tráfico, y por la tarde asistir a las celebraciones del II Domingo de Navidad. A la iglesia me he acercado andando, para lo que he tenido que atravesar el aparcamiento de unos de las grandes superficies prototípicas. En el trayecto de ida he podido oír los improperios que un joven conductor le profería a otro de similar edad por una maniobra errónea pero en ningún caso peligrosa. No se conformó con una sonora pitada sino que hubo de echar mano de su vocabulario más soez para hacer sentir peor al otro conductor que, afortunadamente, continuó su camino sin responder a las provocaciones injuriosas del supuestamente perjudicado.
    No quiero referiros los cientos de vehículos aparcados y los otros tantos girando en busca de aparcamiento, Dios sabría el personal que se acumularía en el interior del comercio. Dentro de la iglesia unas cuantas decenas de personas nos reuníamos a escuchar al oficiante hablar acerca de la Palabra y la Luz que la misma nos aporta.
    A la vuelta, por el mismo aparcamiento del mismo centro comercial con acento francés, nuevo incidente entre conductores; en este caso una señora, al parecer, había ocupado el espacio de aparcamiento que un muchacho decía, a voz en grito, llevaba un rato esperando. De todo, menos bonita, salió de la boca del muchacho mientras que la apabullada señora, nombrada por el joven con diversos adjetivos nominalizados poco agradables al oído y algunas referencias a determinados animales de mala fama, no sabía muy bien si seguir con la maniobra o dar marcha atrás y volverse a su casita.
    Antes de cruzar la calle que me llevaría de vuelta a casa, en un paso de peatones un conductor me cede el paso. Cuando he terminado de cruzar, de la ventanilla del copiloto sale una cabeza con poblada barba y larga coleta y oigo:
    –Adiós, don Teodoro.
    Vuelvo la vista y aprecio la figura de un antiguo alumno. Me vuelve el alma al cuerpo.
    –Hasta luego, Pablo. Feliz año nuevo.

Teodoro R. Martín de Molina. Enero de 2009
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