Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"CRISIS"
   
   Cuando me acerco al centro de la ciudad, yo, que vivo en  un barrio periférico de Granada, como mucho de nis vecinos suelo decir eso de: “Voy a Granada”. Bien, pues este último fin de semana estuve dando un paseo por “Granada”. Recorrí las calles céntricas en las que abundan los comercios y los lugares de alterne (entiéndaseme: bares, terrazas y restaurantes), y que es donde de verdad se aprecia la crisis en la que estamos inmersos.
    En las vísperas de los días del descanso semanal, me había auto flagelado oyendo y leyendo acerca de la crisis económica, de la subida del euribor, de los precios, del desempleo; de las bajadas de las previsiones de crecimiento para este año y el que viene, de la bolsa, del índice de confianza, de las ventas de pisos, etc, etc. En definitiva de todos los datos que ponen a las claras que estamos en crisis y que, al parecer, nos ocultó el gobierno en el período electoral. Y, la verdad sea dicha, debió de ocultarlos o bien desconocerlos, pues de ello sólo hablaban los opositores al gobierno, aunque más con el fin de zaherirlo que con el de orientarlo.
    Yo, un funcionario medio que lleva, desde que accediera a la condición de tal, año tras año padeciendo un recorte en las retribuciones respecto a las subidas del IPC, que conlleva consecuentemente una merma en el nivel de poder adquisitivo, sigo asombrándome de la capacidad que tenemos los ciudadanos de a pie para disimular eso de las crisis.
    Los comercios estaban a rebosar. La gente entraba y salía ya con bolsas vacías, ya con bolsas repletas de lo que en su interior se ofrecía. A la hora de entrar a un bar o buscar mesa en una terraza o restaurante para tomar un piscolabis o un frugal tentempié, había que seguir echando mano de los codos para abrirse paso o esperar durante un rato a ocupar el espacio que otros dejaban, vamos como antes de que estallara la crisis.
    No sé qué nos pasa a los de la clase media. Puede ser que sepamos adaptarnos como ninguno a los nuevos tiempos de un modo camaleónico, que la cosa no debe de ser para tanto o es que con nosotros no va eso de las crisis, que debe ser un concepto inventado para meter el miedo en el cuerpo de los ciudadanos por aquellos que lo poseen casi todo y para los que nunca llegan las tales crisis y que se aprovechan de las desconfianzas o pavores de algunos para sacar tajada de la situación.
    Son estos mismos los que hacen, porque el sistema se lo permite, que suban los precios de los carburantes a cotas inimaginables o que las materias de primera necesidad lleguen a alcanzar valores que hace imposible que los más necesitados puedan acceder a ellas. Todo ello lleva a la crisis y ésta tiene las mismas consecuencias de siempre: el hambre seguirá en el mismo sitio y si acaso más acentuada, mientras que la opulencia tampoco cambiará de lugar, lo único que hará será saltar de un producto a otro para seguir obteniendo pingües beneficios a costa de los que menos tienen.
    Si para nosotros es crisis dejar de comprarnos un coche nuevo, cambiar de piso o dejar de salir todos los fines de semana con los amigos, ¿qué será crisis para aquellos que no alcanzan lo imprescindible para adquirir el alimento necesario de cada día?
    El mundo está en manos de unos pocos con muy pocos escrúpulos, que son los que manejan a su antojo los bienes del planeta. Aunque las riquezas de la Tierra estén bien situadas, su gestión está muy mal repartida y nosotros poco ayudamos a que cambie la situación cuando sólo nos preocupamos de mirar a nuestra cartera, en la que ahora parece que sale algo más de lo que antes salía. Pero en la que todavía existe un fondo suficiente como para no pensar en ir recortando gastos de nuestros caprichos diarios. Eso, que tan alegremente gastamos algunos en superfluidades, para sí lo quisieran otros y con ello poder subsistir más que dignamente. Estos últimos sí que están en crisis permanente sin  que casi nadie se preocupe de sacarlos de ella.

 
 Teodoro R. Martín de Molina. Abril de 2008

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