COSTUMBRES
Es el tiempo de Navidad una época cargada de costumbres que, casi sin darnos cuenta, vamos repitiendo año tras año en un afán por mantener en nuestro entorno aquello que desde pequeños hemos ido recibiendo pero que, a pesar de nuestra resistencia, las incorporaciones de nuevas modas, hacen que algunas de ellas dejen de acompañarnos en tan señaladas jornadas. Incluso el hecho éste tan simple, por mi parte, de escribir algo referente a la Navidad también se va convirtiendo en nueva costumbre y aquí estoy tratando de hilvanar algo que no sea lo de años anteriores pero que sí esté relacionado con la época. Y una vez más me vienen a la pluma aspectos que me recuerdan las grandes diferencias que existen en nuestro mundo y lo poco que, en general, hacemos por tratar de reducirlas. Una de cada seis personas no sabe si podrá comer hoy. Así reza el slogan de la campaña de Navidad de una ONG. Es bastante probable que los cinco restantes no sólo sepan qué van a comer sino que, en muchas ocasiones, duden qué comer porque tengan mucho entre lo que elegir. Los responsables de Cáritas dicen que ya no pueden hacer frente a las peticiones de ayuda que a diario les llegan hasta sus sedes, para lo que necesitan el soporte de las autoridades pertinentes, y éstas dicen que con lo que tienen tampoco les llega para atender a sus obligaciones y andan pidiendo préstamos y endeudándose cada vez más con el consiguiente riesgo que ello conlleva. Mientras uno de cada seis no sabe si va a comer hoy y se encamina en busca del auxilio de Cáritas o cualquier otra organización que se encarga de ayudar a los que menos tienen, una buena parte de los cinco restantes nos sentimos desafortunados porque en tal día como hoy (22 de diciembre) no nos ha visitado la fortuna en forma de premio gordo del sorteo de Navidad. Vamos viendo cómo uno tras otro décimos y participaciones no se encuentran en la lista de los premiados, aunque sea con la pedrea, y ni tan siquiera echamos cuenta del dineral que hemos gastado confiando en que el azar solucione nuestros supuestos problemas económicos, como si la confianza pudiésemos ponerla en manos del azar. Sin tiempo para reflexionar sobre el tema, nos acercaremos presurosos al mercado más cercano, o al más retirado si es necesario, para contentar nuestros caprichos, para que en la próxima cena de Nochebuena no falte en nuestra mesa el mínimo detalle. Será este un proceso que se irá repitiendo a lo largo de cada una de las fechas señaladas en rojo en el calendario navideño y de sus vísperas. Si no es así, bien que nos calentaremos la cabeza para cenar o almorzar fuera de casa en el lugar en el que nos sirvan aquello que tanto nos gusta y que en casa no solemos preparar. De igual modo sucede con las comidas que en estas fechas nos reúnen con las personas que tenemos algún lazo. Cenas o comidas de empresa, de colegas, de amigos, o de cualquier otro vínculo profesional o familiar. Comidas a las que acudimos en no pocas ocasiones con un falso sentimiento de hermandad pero a la que no podemos dejar de asistir por no dar la nota, las apariencias mandan. Si bien todas estas costumbres relacionadas con el consumo no pierden vigor ni a pesar de la crisis –baste ver las puertas de restaurantes, hoteles y comercios cómo están repletas por los eventuales o asiduos usuarios–, hay otras costumbres más relacionadas con el aspecto entrañable de estas fiestas que poco a poco van decayendo. Las relaciones epistolares se han perdido prácticamente y han sido sustituidas por impersonales correos electrónicos en los que se reenvían esos power points que recibes por triplicado y cuadriplicado. El lugar de las viejas y largas llamadas telefónicas en las que se hablaba de todo ha sido ocupado por breves sms en los que usamos el ingenio de otros para desearnos lo obvio. Si los 30 de noviembre las calles de pueblos y ciudades se ven llenas de niños disfrazados de extrañas criaturas usando un lenguaje tan extraño como sus disfraces, cada año son menos las voces infantiles que disfrazados de pastorcillos las recorren entonando los villancicos de siempre, acabarían cansados de las celebraciones de las bárbaras costumbres. A aquellas reuniones familiares en la que se daban cita todos los miembros de la familia, cada vez acuden menos y menos de sus componentes y, en no pocas ocasiones, mejor sería que no se celebraran pues son aprovechadas para sacar los trapos sucios y las viejas rencillas, y lo que iba a ser una reunión de amor y paz se convierte en una cargada de hipocresía cuando no de odio y disputa. Y si nos acercamos a las iglesias ¿qué nos encontramos? Los que acostumbréis a ir ya lo sabéis tan bien como yo: la Misa del Gallo a media tarde y, a pesar de eso, cada día menos fieles, los pocos que acuden de una edad bastante alejada a la juventud y el sacerdote tratando de transmitir sus buenos propósitos a los asistentes. Hoy en día pasa en las misas lo mismo que en las reuniones de padres en las escuelas, asisten a ellas aquellos que menos lo necesitan. A las reuniones de padres van aquellos cuyos hijos son modélicos o casi, los que ya conocen de sobra qué deben de hacer. En las iglesias, los sacerdotes comentan la palabra de Dios con los feligreses que ya, de tanto oírla, casi se la saben de memoria y que, en general, intentan ponerla en práctica en su vivir diario. Somos esclavos de nuestro tiempo y, por desgracia, nos dejamos arrastrar por él asumiendo nuevas costumbres y dando de lado a otras que siempre estuvieron junto a nosotros. Lo que no sé es si llegaremos a acostumbrarnos a convivir y constatar como en este mundo de tanta abundancia, aún siguen existiendo esos unos que no saben si hoy van a poder comer. Que eso llegue a convertirse en una costumbre más sería lo realmente perverso.
Teodoro R. Martín de Molina. Navidad de 2009 |