Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

COSAS DE GÉNERO HUMANO

Hace unos días leí en un periódico local que las temperaturas que estamos disfrutando/padeciendo en esta segunda quincena del mes de mayo superan en 10 grados a la media de lo que es normal en el mes de las flores por estas latitudes.
Hoy he leído que en el Parque de las Ciencias de Granada el iceberg que estaba presente como un elemento más de la exposición sobre el Titanic se ha derretido a causa de las elevadas temperaturas que estamos soportando.
Año tras año vamos comprobando como las diferencias entre las distintas estaciones del año apenas existen, el invierno a veces parece primavera (cuando no verano) y ésta puede ser un verano tórrido como el caso que nos ocupa, mientras los otoños son secos como nunca y en invierno se pueden alcanzar dentro de la misma semana, y en las mismas latitudes, temperaturas extremas que oscilan entre los veintitantos grados de un martes al mediodía con los diez bajo cero de la madrugada del sábado siguiente.
Cuando menos se espera se presenta una tormenta, o gota fría, que hace caer del cielo, en pocos minutos, toda el agua que en el año no se ha recibido, con lo que su aprovechamiento es nulo, sin contar los daños que tales fenómenos suelen acarrear.
Un amigo mío que se dedica al negocio de los movimientos de tierra, allá por el Poniente almeriense, me comentaba hace unas semanas que la parcela que compró hacía unos quince o veinte años se la ha expropiado la Junta de Andalucía. La razón de la expropiación no es otra que de dónde antes se extraía arena para los invernaderos, ahora es imposible hacerlo porque el agua ha inundado la parcela de mi amigo y las colindantes que se han convertido en lagunas de agua semisalada en la que algunas aves llevan a cabo sus invernadas, apareamientos y todas las demás zarandajas que hacen los animales de pluma cuando deciden variar de clima y de continente.
Me comentaba mi amigo que en la dicha parcela llegaron a alcanzar una profundidad de 12 metros al comienzo de su explotación, y que en los últimos años esas fosas se fueron llenado de agua y el nivel máximo de profundidad al que se podía llegar antes de encontrarse con el agua no alcanzaba los dos metros.
Estos diez metros de diferencia entre la profundidad necesaria para llegar a encontrar el agua en la corta distancia de quince o veinte años, y la diferencia de diez grados de estos días con la media normal de los últimos veinte, a lo que añadimos el hecho del deshilo del iceberg del Parque de las Ciencias (no hablemos de lo que nos cuentan los científicos sobre los de la Antártida), amén de las otras consideraciones referidas, me llevan a la conclusión, sin necesidad de entrar en más averiguaciones científicas ni investigadoras, que en algo nos estamos equivocando.
No sé si será la emisión de gases que ayudan al llamado efecto invernadero, no sé si será el mal llamado tributo del progreso, no sé lo que será, pero lo que sí sé es que todos estos fenómenos que he citado, al común de los mortales nos dicen que algo habría que hacer para que el planeta que dejemos a las futuras generaciones no sea sólo agua, y que los seres que sobrevivan sigan el proceso opuesto al de la teoría de la evolución de las especies, para acabar convertidos en microorganismos que necesitarán de tantos miles y miles de millones de años para llegar de nuevo al estado de imbecilidad al que después de otros tantos el género humano ha conseguido llegar, lo cual sería "cosa de género tonto"

Teodoro R. Martín de Molina. Mayo de 2006
              

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