"DAÑOS COLATERALES O EL EFECTO DOMINÓ"
Siempre que hablan de huelga en el sector del transporte, inevitablemente me viene a la memoria la de los transportistas chilenos que acabó con el gobierno y la vida de Salvador Allende y que sumió a Chile en una de las épocas más oscuras de su historia con la dictadura pinochetista. Después pienso que las circunstancias de aquí son distintas y que los estamentos de poder de nuestro país, por fortuna, cada día se alejan más de los residuos del pasado, no tan lejano, de nuestra historia que tanto se parecían al Chile de Pinochet. Pero cuando he comprobado ciertas actitudes de los que, aun siendo minoría, tienen en jaque a todo un país, la zozobra vuelve a mí, imaginándome lo peor. Sé que exagero, mas cuando veo unos camiones ardiendo, alguno con su conductor en el interior, el entierro de un asalariado del transporte que cuando trataba de “informar” fue arrollado por el que no quería ser informado, los enfrentamientos entre fuerzas del orden y huelguistas o manifestantes, se oyen las declaraciones y los comentarios de los auspiciadores del paro y de las medidas anejas, cuando veo el efecto colateral de la huelga con miles de litros de leche que se van por el caño, toneladas de productos perecederos que se vacían en vertederos, fábricas que tienen que regular empleo o echar el cierre por falta de materias, etc., la inquietud se apodera de mí. Al inicio del conflicto uno de mis familiares me previno acerca de la posibilidad de que nos quedáramos sin víveres en los supermercados y grandes superficies, y sin combustible en las gasolineras. No le hice mucho caso y no corrí como un loco a llenar el depósito del coche, ni el frigorífico y el congelador de la casa. Creía y aún creo que no va a ser necesario, mas con el paso de los días casi empiezo a dudarlo. Gasóleo tenía suficiente para acabar la semana, y alimentos, lo de siempre, he ido a mi supermercado a por lo del día a día, y ha sido ahí dónde he podido comprobar la psicosis colectiva a donde nos puede llevar: lo mismo nos hace creer que vamos a ser campeones de Europa, que consigue que los estantes de los grandes almacenes empiecen a verse completamente vacíos y los surtidores de las gasolineras enfundados por falta de líquido inflamable. Pienso que el afán acaparador del consumidor desconfiado o perspicaz, tiene su parte de culpa en el tema, por otro lado, ya sabemos: “A río revuelto…ganancia de los de siempre”, por ello no sería de extrañar que los propietarios de las grandes y pequeñas superficies comerciales sean los primeros interesados en fomentar ese afán acaparador del consumidor y que apoyados en ello abunden en el desabastecimiento manteniendo mercancías almacenadas con el “sano” propósito de sacarlas una vez pasado el conflicto con el correspondiente aumento de precio en sus etiquetas, –como la inflación está a la baja esto vendrá de perillas a nuestra economía–. Mas los auténticos responsables de todo este efecto dominó con daños colaterales tan costosos para toda la economía del país no me cabe la menor duda de que son ese 20 % de transportistas en huelga que haciendo un mal uso de su legítimo derecho a ella, están usando y abusando de medidas coercitivas sobre el resto de los miembros del sector que no secundan el paro. Tampoco se salva de su parte de responsabilidad el gobierno por la falta de previsión y por no haber actuado desde el primer momento de modo que las coacciones de los inicios no hubiesen propiciado el amedrantamiento de todos aquellos que querían ejercer su derecho al trabajo, tan respetable como el de los que no querían hacerlo, y que hoy nos lleva a que, aunque no existan físicamente los piquetes, sean pocos los transportistas que se vean llevando a cabo su labor con normalidad. En la mayoría de las huelgas, se establecen unos servicios mínimos que, con mayor o menor agrado, se terminan cumpliendo. En este caso no se ha oído hablar en ningún caso del tema, debe ser porque el paro es patronal y no de asalariados y ya sabemos: “Donde manda patrón… que se fastidie el obrero”, que somos la mayoría. Teodoro R. Martín
de Molina. Junio de 2008
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