Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"CHIQUILICUATRES"
   
    Recuerdo cuando de niño acudíamos al casino de nuestro pueblo, donde había uno de los pocos televisores del lugar, para ver cómo nuestros cantantes eurovisivos jamás conseguían premio alguno por muy nombrados que fuesen. Aquello suponía una más de las muchas decepciones a la que estábamos acostumbrados en la época, ante las que nuestros gobernantes nos “abrían los ojos” haciéndonos ver que todo se debía a la animadversión que sentía por lo español toda la extranjería.
    Aquel país de pandereta y circo parece haber reverdecido con la aparición este año del famoso Rodolfo Chikilicuatre, a tenor con la audiencia de la cadena pública estatal durante el concurso o festival. Todos conocemos quién está detrás de este personaje y también es evidente que es él quien a la postre obtendrá los mayores beneficios de su explotación, y que cuando deje de reportárselos lo olvidará en el rincón del que lo sacó sin muchas contemplaciones. Además de él, no son pocos los que bailando y moviéndose al son del estribillo –toda la ¿canción? es un estribillo– se llenan los bolsillos al amor del fenómeno.
    Dice el Diccionario que chiquilicuatre es un hombre mequetrefe y zascandil, y de estos dice que son hombres entremetidos, bulliciosos, de poco provecho y despreciables; ligeros, enredadores, astutos, engañadores y, por lo común, estafadores. Si analizamos detenidamente los sinónimos que tiene la palabreja en cuestión, podemos llegar a la conclusión de que, por muy desenfadadamente que se quiera tomar el término, es poco halagador poder ser conocido como tal. Y ¡cuántos son aquellos que, sin ser atender a esos apelativos, podemos reconocerlos como tales por sus actuaciones y modos en nuestro país!, sobre todo en los ambientes relacionados con la farándula, el espectáculo y, para no ser menos, en el apartado correspondiente a la política.
    No quisiera referirme al chiquilicuatre por antonomasia que ha mantenido atento a medio país en los pasados días, sino a las réplicas que conviven a nuestro lado en el día a día de los pueblos y ciudades de este país llamado España. Son personajes completamente vacíos que al amor de sus extravagancias y ocurrencias –hoy conocidas como frikismo– se convierten en marionetas cuyos hilos son movidos con calculada intención por otros que son los que de verdad sacan la mejor tajada, dejándole a aquellos las menudencias: lo que dan en llamar “el chocolate del loro”. Esos que tiran de los hilos de tan esperpénticos personajes son los verdaderos aprovechados de las estridencias y estupideces que dicen, hacen y animan a otros a decir o hacer, y que todos podemos identificar cuando vemos, leemos y oímos lo que hacen, escriben y dicen. Del mismo modo, esos que en un momento tiran de los hilos, llegado el caso no dudarán en tirar de la cadena cuando dejen de serles útiles.
    No hace falta ser muy avispado para percibir a los que se esconden detrás de los chiquilicuatres que ponen voz a lo que ellos no se atreven a decir y prefieren dejarlo todo en mano de esos mequetrefes que animan el cotarro y que hacen que el personal adicto se enardezca con el zascandil personaje. Tampoco nos pasan desapercibidos los intereses que persiguen y que los unen.
    De esta crematística simbiosis siempre surgen unos damnificados que no son otros que los ciudadanos de a pie que asistimos atónitos a la desfachatez y desparpajo que evidencian los más o menos conocidos chiquilicuatres y sus auspiciadores que suelen pulular por las ondas, papeles y redes, y que hemos de sufrir el constante bombardeo zafio al que, sin desearlo, nos vemos sometidos.

 Teodoro R. Martín de Molina. Mayo de 2008
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