Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"CERO SIETE POR CIENTO"

     Uno de mis primeros artículos, el número 5 en concreto, publicado en La Gaceta se titula “Solidaridad” y en él hago una crítica taimada a la proliferación de organizaciones de todo tipo que, teóricamente, se creaban con el fin de ayudar a los más necesitados del planeta por hechos endémicos o puntuales. Irónicamente me flagelaba por no contribuir convenientemente a las distintas causas y, de modo más irónico todavía, prometía colaborar a partir de ese momento en todo aquello que pudiera.
    Traigo a colación aquel artículo de 2003, porque ahora, cuatro años después, comienzan a aflorar casos de ONGs y fundaciones que no hacen un uso adecuado de las cuotas de sus socios y colaboradores, amén de la parte que le correspondan del reparto que haga el estado de acuerdo con las aportaciones de los contribuyentes a través del IRPF, bien al contrario lo dedican a otros menesteres muy alejados de lo que en principio promovían o decían promover.
    No hay que ser muy quisquilloso para darse cuenta de que un porcentaje muy elevado (algunos dicen que hasta el 80%) de lo que los ciudadanos e instituciones aportan a esas organizaciones nunca llega al destino para el que se da. La burocracia, los empleados, los medios de transportes, el material de oficina… supone un gasto tal, que lo que queda para “bautizar a los infieles” es poco más que el agua de la concha. Y hasta aquí estamos hablando de aquellas cuyo fin concuerda con sus principios, que seguro que son la inmensa mayoría de ellas; pero también están las otras, las que estos días están saliendo a la luz pública y las que pronto saldrán, que utilizan las siglas como tapadera de negocios fraudulentos o dedican las aportaciones a especular con el dinero ajeno y a invertir para sacar suculentos beneficios que, por supuesto, no revierten en la organización, sino en la “organización”: los cuatro listos de turno que juegan con la buena voluntad de las personas que confían ciegamente en tal o cual institución ¿sin fines lucrativos?
    Ante estas situaciones, unas evidentes y otras intuibles, creo que la mejor solución es que los gobiernos sean los que se encarguen de canalizar todas las ayudas a los países y colectivos necesitados, y que si lo hacen a través de instituciones privadas que el control que se tenga sobre ellas sea el mismo que se tiene sobre las públicas. También pienso que la mejor manera de recaudar dinero para atender a esas necesidades es por vía de los impuestos. Ya va siendo hora de que los gobiernos de los países ricos y sus ciudadanos ayudemos de una vez por todas a minimizar las diferencias tan extremas que existen entre los distintos continentes y entre los naciones de estos y entre los colectivos de algunas naciones. No creo que en pleno siglo XXI sea mucho pedir que el tan cacareado 0,7 % (que ya se habrá quedado escaso dado el tiempo desde cuando se viene reclamando), que todos los países ricos deberían aportar para colaborar al desarrollo de los del tercer mundo se ponga en práctica. Después, si cada uno quiere hacer su aportación a tal o cual asociación a la que conoce bien, en la que está implicado, y que le merece toda su confianza, que lo haga y así ayudará doblemente con lo que el beneficio de los necesitados también será doble, y se evitarán noticias como las aparecidas recientemente en las que se nos dice que el dinero que se daba para apadrinar a niños lo están utilizando algunos “padrinos de la cosa suya” para montar sus negocios particulares.

Teodoro R. Martín de Molina. Abril, 2007

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