"BODAS DE ORO"
Llegar a los cincuenta años en alguna actividad, situación personal o profesional es algo que está al alcance de muy pocos. No son muchos los que pueden cumplir sus bodas de oro junto a otra persona o en el desempeño de una función, entre otras consideraciones porque no está en nuestras manos sino en las de Dios –al menos para los que nos consideramos creyentes–. Además, por fortuna, nos solemos jubilar alrededor de los 65 por lo que suele resultar difícil celebrar tal efemérides, aunque existen actividades en esta vida de las que nunca nos jubilamos independientemente de la edad que tengamos, a una de éstas es a la que quiero referirme hoy. Es por ello por lo que cuando algún conocido lo consigue, sientes una inmensa satisfacción por ver que alguien próximo a ti ha llegado a algo que tú también desearías alcanzar. Cuando ese alguien es un miembro de tu familia no cabe duda de que la satisfacción se torna en alegría y se multiplica, y si además lo hace al servicio de Dios a través de la entrega a los demás, el gozo es total. Tengo la satisfacción, la alegría y el gozo de comentar en estas líneas las bodas de oro de mi hermana Francisca como Hermanita de los Pobres. El próximo día 24, festividad de María Auxiliadora, se cumplirán los 50 años desde que se marchara para entregarse a los más necesitados. En mi imaginación infantil siempre pensé que esperó, antes de irse a monja, a que yo hiciera la primera comunión y verme vestido con el traje de marinero que ella me hizo para la ocasión, pero tuvo que esperar a cumplir los 21 años, la mayoría de edad de aquella época, y no contradecir a nuestro padre, que quería que cuando ingresase en la congregación lo hiciese totalmente convencida de lo que deseaba. Ella, que de pequeña soñaba como santa Teresita en irse a las misiones, supo aguardar hasta esa edad para ingresar como postulante, y aun tendría que aproximarse a los 60 para irse a tierra de misiones –las promesas se cumplen y así lo hizo–. Esta vez tuvo que demorar su partida hasta que nuestros padres dejaran de estar con nosotros para poder cumplir con sus infantiles intenciones, que para nada eran aleluyas de niña sino que, muy al contrario, era una vocación perfectamente definida desde toda la vida. No le importó cruzar el charco, el gran charco, para entregarse en cuerpo y alma a los ancianos más menesterosos de la América hispana a una edad más que madura. Allí con ellos celebrará sus bodas de oro como Hermanita de los Pobres. Los que físicamente no podremos estar con ella, lo haremos desde aquí en espíritu y seguro que notará nuestra presencia. Nosotros que, en general, basamos nuestro grado de satisfacción en logros materiales conseguidos y reconocimientos públicos alcanzados, no llegamos a comprender muy bien la dicha y la alegría de personas que todo lo basan en la satisfacción por el deber cumplido en la entrega a los demás, sin esperar a cambio nada, si acaso la sonrisa del anciano al que se acaba de hacer un bien, que no siempre se recibe. Cincuenta años de obediencia, pobreza y entrega infinita no se entenderían en un corazón al uso. Esta posibilidad sólo está al alcance de aquellos corazones que, como el de mi hermana, supieron siempre imponerse a la razón de cada época y que, aunque quizás estén cansados por el paso de los años y con surcos y grietas trazados a lo largo de una vida de sacrificio y entrega, están repletos de una energía y vitalidad que les permite seguir funcionando al ritmo de antaño con el único propósito de continuar derramando su amor en los demás: los próximos y los lejanos. Son corazones que sustentan un espíritu llano, sencillo, con pocas pretensiones, pero que en su sencillez encierran la bondad necesaria y precisa para enfrentar el difícil día a día en el que falta de casi todo pero en el que se derrocha la caridad. Son los corazones que con casi nada son inmensamente felices, pues nada quieren para sí ya que nada necesitan desde que supieron romper con las ataduras que a otros nos tienen en sempiterno sinvivir. Nosotros, que somos tan amigos del vivir regalado en todo aquello que nos apetece, a los que tanto nos gustan los halagos y reconocimientos, a nosotros que sólo pensamos en nuestro círculo y poco más allá de él, nos cuesta trabajo entender esa felicidad, paz y alegría que personas como mi hermana nos transmiten cuando hablamos con ellas, cuando las vemos en sus tareas diarias o cuando, al cabo de varios años o por motivo extraordinario, comparten con nosotros unos días de un más que merecido descanso. No sé si todas estas cuitas son interesantes para los que os asomáis por estos textos míos, pero he supuesto que sabríais comprender y os apetecería compartir conmigo la felicidad que siento por el hecho de que mi hermana haya llegado a celebrar su 50º aniversario como Hermanita de los Pobres. Una actividad vocacional que hoy en día está escasa de aspirantes pero cuya necesaria labor sigue siendo tan importante como cuando su fundadora, la beata Juana Jugan, anduviera los caminos de Bretaña haciendo el bien a los ancianos más necesitados y acogiendo junto a ella a las que se sintieron atraídas por una labor tan abnegada. Ella que siempre las animó a conservar el espíritu de humildad y sencillez sigue siendo ejemplo a seguir en un mundo actual en el que lo que trata de imperar es el orgullo, la eficacia y la tentación por ostentar el poder. “Sed pequeñas, muy pequeñas. Si llegáramos a creernos que somos algo dejaríamos de bendecir a Dios y nos desmoronaríamos”. Que, dentro de nuestras posibilidades, intentemos seguir este consejo que Juana Jugan transmitió a sus hermanitas. Teodoro R. Martín
de Molina. Mayo de 2008
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