"BOCAZAS"
Dice el diccionario sobre el vocablo, que es bocazas aquel que habla más de lo que aconseja la discreción. Si yo peco de bocazas, yo que no soy nadie, que sólo soy un “mindundi” y persona de poca monta, creo que no es cosa muy grave, por ser quien soy y representar a quien represento, no porque lo que diga sea plausible ni mucho menos, sino que es tan reprobable como lo que pueda decir el más grande de los grandes, lo que ocurre es que la trascendencia no es ni por asomo asemejable a las palabras salidas de los labios de cualquier personaje de la política y aledaños. Si el bocazas resulta ser un concejal de un pequeño pueblo o el alcalde de pueblo similar, a todas luces sus palabras, dentro de su ámbito, son también reprobables, pero el eco de las mismas tampoco es comparable a las de cualquier político a nivel nacional. Mas cuando el bocazas resulta ser un ex presidente del gobierno, creo que la cosa se pasa de castaño oscuro. Recuerdo cómo fue escalando cotas de poder a nivel autonómico y nacional gracias a la mentira, la insidia, la crispación y la justicia, su gran aliada junto con determinados medios de comunicación. También lo recuerdo en su época de oposición al “felipismo” con frases tan conseguidas como la de “pedigüeño”, en referencia a la defensa de los intereses nacionales por González en alguna cumbre europea, o aquellas otras en las que veladamente acusaba al gobierno y ya se desmarcaba de él respecto a la política antiterrorista con el cadáver de Tomás y Valiente aún por enterrar. Una vez que llegó al poder se autoproclamó único hacedor del relanzamiento de la economía española y como un moderno Luís XIV, pero no menos casposo que él, en la bolsa de Nueva York dijo, parafraseándolo, aquello de: “El milagro soy yo”. Cuando consiguió la mayoría absoluta hizo el ridículo y nos lo hizo pasar a todos los españoles en sus repetidas apariciones junto al señor Bush, sentándose a la mesa cual cow boy o descubriéndonos que el tejano era el idioma que siempre habíamos escuchado en boca de Cantiflas, el gran actor mejicano, y que él lo practicaba con un acento impecable. No digamos de las palmaditas en las Azores y las sonrisas de oreja a oreja al lado del primo de Zumosol. Y desde que dejó (¿?) la política activa va paseándose por el mundo ejerciendo de español, claro que a su peculiar estilo, y atacando a todo lo que venga de su país de origen, que creo sigue siendo España. Lo mismo le da menospreciar las políticas de nuestro gobierno en Buenos Aires que en Bogotá, en Sydney que en Italia, unas veces con ese inglés tan particular suyo, otras en italiano macarrónico y otras en su casi ininteligible español con acento sudamericano, siempre una parida tras otra. Últimamente se ha soltado la melena, esa que tanto le gusta a su esposa, declarándose amor eterno delante de Gallardón (que se fastidien los infieles), anteriormente espetando a la DGT que quiénes son para decirle a él (nada menos que a él, pero ¿con quién se cree esa gentuza que están hablando?, que es él, el Gran Aznar), lo que debe o no debe de hacer o cómo tiene que conducir, haciendo al mismo tiempo un peligroso paralelismo entre el consumo de alcohol y las recomendaciones de la DGT, o, para terminar, en estos últimos días de campaña electoral diciendo que todo voto que no vaya al PP servirá para apoyar a ETA, o que la situación de la España actual es similar a la del año 36. Pienso que no es más bocazas porque no tiene más capacidades, no porque no lo intente y practique siempre que puede, pues no hay vez que abra la boca que aquello que sale de su cabeza a través de su gangosa voz resulte menos apropiado y menos discreto para una persona que, desde mi punto de vista para nuestra desgracia, fue presidente del gobierno de todos los españoles, aunque mucho me temo que sólo pretendió serlo de los suyos y nada más que de ellos. Y cuando digo suyos me estoy refiriendo a los próximos, a los muy próximos. Teodoro R. Martín de Molina.
Mayo, 2007
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