Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

AVIADORES

Mediada la década de los ochenta dio en proliferar una, hasta entonces, desconocida ocupación a la que se denominaba con el velado y sarcástico  nombre de “aviador”.
Fue, entonces, cuando las mujeres salidas de la universidad dieron un primer salto al mundo del trabajo en plan serio y comenzaron a ocupar la mayoría de los puestos relacionados con el ámbito de la administración, la educación, la sanidad, etc, y las parejas de jóvenes se decidieron a hacer, sin ningún remilgo, lo que hasta aquel momento se había estado haciendo, pero cambiando los papeles: la mujer trabaja fuera y el marido se encarga de la casa y de los niños. Entre las tareas propia de su sexo, al hombre le tocaba aviar la comida, los cuartos, a los niños..., de ahí lo de “aviador”, nada que ver con los de altos vuelos. Al regresar del trabajo seguro que la mujer le echaría alguna mano para que las cosas estuviesen como debían de estar, los hombres siempre hemos sido algo patosos o, como dice un amigo mío, hemos hecho uso del lema: “En casa de comunidad, no demuestre habilidad”, con lo que cargamos al otro, en este caso a la otra, con todo aquello que no queremos hacer.
Este fenómeno ya está en franca decadencia bien porque los “aviadores” encontraron trabajo, o bien porque hoy en día para poder subsistir en la mayoría de las familias se hace imprescindible el sueldo de los dos miembros de la pareja (pocas son las afortunas que pueden hacerlo con una sola paga, y cuando esto ocurre suelen vivir mucho mejor que aquellas en las que los dos trabajan, ¡hay que fastidiarse!). El trabajo fuera de casa implica que se dejen todos esos avíos en manos de la canguro, la empleada del hogar, la asistenta, la chacha, la chica, o como queramos llamar a la persona o personas que tendrán un salario gracias al sueldo que gana el otro miembro de la familia que antes no aportaba metálico a la economía familiar, con lo que muchas veces resulta ser algo así como “lo comido por lo servido”. Pero se sale de entre las cuatro paredes, se  trabaja, se gana, se consume... y “a final de mes treinta y uno”.
En este remate de agosto yo, que nunca fui aviador oficial, he accedido a este empleo por mor de la diferencia de días de vacaciones con mi mujer. Me lo tomo como preparación para el día en que me jubile y definitivamente haga que mi mujer abandone las tareas a las que ha de
dicado tantísimo tiempo del que llevamos juntos. A estas edades ser aviador es cosa fácil, ya no tenemos niños pequeños a los que cambiar los pañales, llevar a la guardería o al colegio, prepararle sus comidas especiales, con los que jugar un rato, atenderlos cuando enfermos, levantarse a media noche si así lo reclamaban, sacarlos a dar un paseo, ayudarles en los deberes, responder a sus “por qués” y algunas otras minucias en las que aquellos aviadores y las madres, casi siempre, empleaban su vida entera, amén de cuidar de la casa, tener hecho un palmito a la mujer o al marido, hacer la compra del día, de la semana y del mes, cocinar para el almuerzo, preparar algo de cena y...
“Donde comen dos comen tres”, ¡qué mentira más mentira! Hoy en día el aviar, cuando sólo somos dos, es una cosa sencilla que todos podemos hacer. Te da tiempo a pasear, hacer la compra en el super, ir a la pescadería, navegar por internet, leer un rato la prensa, el libro de cada mes, arreglar hoy este cuarto, mañana el salón, los baños a punto de revista, la cocina inmaculada siempre bien arguiñaneada, preparar aperitivos para que cuando llegue tu mujer tenerle algo fresquito que la alivie de la sed, tener lista la comida, ya cocido, ya lentejas, carne en salsa o a la plancha, una dorada a la sal, una tacita de caldo, embutidos que picar, ensalada o pipirrana lo que te apetezca más. Después se friegan los platos y es tiempo de descansar, sentado ante la tele descabezas un buen sueño mientras ves el culebrón. Por la tarde, si apetece, no viene mal un paseo, o te sientas a escribir, se ponen las lavadoras, tiendes y recoges ropas, la plancha otra vez será, porque es que hay cosas con las que uno no puede por mucho que ello se intente.

Todos los días le pido a Dios (otros lo harán al destino, o no lo harán) que me permita llegar a la jubilación, porque por razón de los años lo haré antes que mi mujer, y entonces pienso ejercer de “aviador”, “enchanté de la vie mon ami”,  para tratar de compensar (algo casi imposible, aunque lo intentaré) el tiempo que ella hizo de “aviadora” sin decir «esta boca es mía» en ningún momento. Si no es que en el camino nos hacen abuelos y nos veamos obligados a “recordar” viejos tiempos.

Teodoro R. Martín de Molina. Agosto-2005