Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

 

Árbitros

 

Ha sido este domingo pasado, uno de esos en los que a los que nos gusta ver por la tele los acontecimientos deportivos hemos sufrido con algunas de las decisiones que los árbitros implicados en tales eventos han tomado.

            Han sido tres decisiones puntuales que nos dejarán la incógnita de que si las hubieran tomado en el sentido en el que todo el mundo consideraba justas, no sabemos si los resultados finales de los eventos deportivos hubiesen sido lo que fueron o distintos.

 

            Mientras almorzábamos vimos que los jueces de ese circo mediático y propagandístico que es la Formula Uno se reían, una vez más, de todos los espectadores in situ, los teleespectadores y los conductores implicados en el Gran Premio de Valencia, adoptando unas medidas sancionadoras que claramente beneficiaron a todos los infractores y que, inevitablemente, perjudicaron a aquellos que habían cumplido escrupulosamente con el reglamento. Desde que apareció en la Fórmula Uno el tal Hamilton, comenzó a ser habitual que siempre que el joven inglés aparece implicado en un incidente, éste se salde a favor del mismo y en perjuicio de sus adversarios (aún recuerdo cuando en su primer año en la competición, en el gran premio de Canadá una grúa lo sacó de la grava y lo volvió a poner en pista; increíble, pero cierto), es algo a lo que ya casi todo el mundo está acostumbrado, y, por lo visto, así deberá de ser, al menos mientras que los que mandan en el cotarro lo sigan haciendo con el beneplácito de todos aquellos que de una u otra forma consiguen pingües beneficios del espectáculo.

 

            En la sobremesa y por la noche pudimos ver un par de partidos del mundial de fútbol en el que de nuevo las decisiones arbitrales pudieron influir en el devenir de los acontecimientos, o al menos nos dejaron con esa duda. Fue bastante clara la superioridad que tanto Alemania como Argentina demostraron en el terreno de juego sobre Inglaterra y Paraguay respectivamente, pero siempre nos quedará la incertidumbre de si el resultado final habría sido el mismo si en el primer partido Alemania e Inglaterra se van al descanso con empate a dos, o si el ilegal primer gol de Argentina no hubiera subido al marcador, lo que provocó la pérdida de compostura dentro del campo por parte del combinado mejicano. En ambos casos las decisiones de los jueces y sus auxiliares permitirán que alberguemos nuestras reservas sobre lo que pudo haber pasado, pero lo que no conseguirán, por muchos perdones que pidan los jerifaltes del FIFA, es que Méjico o Inglaterra jueguen la siguiente eliminatoria.

 

            Y como dicen que no hay dos sin tres, o tres sin cuatro, o…, el lunes nos vimos sorprendido por otra decisión arbitral, nunca diré que arbitraria aunque a algunos pudiera parecérselo, y en esta ocasión de mucha más enjundia y que nos afecta más directamente y de la que se pueden desprender unas consecuencias impredecibles. Y digo esto porque aquí, en nuestro país, todos decimos eso de acatamos, para a renglón seguido añadir lo de no compartimos o discrepamos, o tomamos de esa decisión la parte que me interesa y la que no, pues como si no fuese conmigo. Como ya habréis deducido me refiero a la salomónica decisión del Tribunal Constitucional que después de cuatro años se ha dejado caer con el parto de los montes, en el que el pequeño ratoncillo que ha parido a nadie deja contento, aunque aparentemente parezca lo contrario, y del que cada uno querrá sacar su tajada correspondiente. No tiene un día de vida y ya comienza el runruneo sobre otros estatutos que se podrían ver afectados por la sentencia sobre el catalán o que quieren acogerse a aspectos contemplado en éste que el suyo no los tiene. De igual modo se comienza  a hablar de roturas de pactos, de independencia, de satisfacciones e insatisfacciones, de vencedores y vencidos, de esto y de lo otro y de lo de más allá.

 

            Tanto en los casos deportivos como en los estrictamente judiciales, el problema de fondo no está en los jueces que en un momento determinado tienen que tomar una decisión, los cuales como humanos –a veces tozudamente erráticos– pueden equivocarse, la cuestión a debatir y a tener en cuenta, y donde habría que buscar las verdaderas responsabilidades es en aquellos otros que deciden con su caprichoso dedo –quizás interesado más que caprichoso– quienes son los que tienen que estar impartiendo justicia en la cancha, la pista o las sedes de los más altos tribunales.

            Lo del fútbol y la Fórmula Uno me lo traen al pairo, pero lo otro…

            Esto no ha hecho más que comenzar, veremos como termina.

 

Teodoro R. Martín de Molina. 29 de junio de 2010

 
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