Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"ANÁLISIS"
 
Siempre me produce perplejidad oír el análisis que de los resultados electorales, sean cuales sean, hacen los distintos partidos políticos después del escrutinio o en los días siguientes. Y me asombran porque en la mayoría de las ocasiones unos y otros vuelven a reincidir en los mismos tópicos de elecciones anteriores y sin el mínimo rubor se repiten a sí mismos como si los que los escuchamos fuésemos memos o no supiéramos entender lo que las urnas han dicho, parecen que desconocen por completo a los electores.
El referéndum para la reforma del estatuto de Cataluña no iba a ser una excepción, ni muchísimo menos, más al contrario ha sido el paradigma del mayor número de incongruencias dichas por todos (o casi todos) y cada uno de los partidos en liza. Cada formación política ha hecho un suma, resta, divide, multiplica, compara y “si encuentra algo mejor le regalamos el producto”, de tal manera que sus tesis se sustentan en argumentos parecidos a los del adversarios con la “leve” diferencia que son totalmente contradictorios. Pero para ser sincero, debo confesar la singularidad de los planteamientos de los partidos políticos en esta ocasión respecto a las posturas mantenidas con ocasión de otros procesos electorales.
En este referéndum no se han empecinado en decir todos ellos que han ganado, sino que han preferido señalar que el contrario ha perdido, con los argumentos más o menos peregrinos que a sus despejadas mentes se les ocurrieron poco después de conocerse los porcentajes de participación, los de los síes y de los noes, de voto en blanco y voto nulo. Para los que defendían el NO los perdedores eran los que defendían el SÍ y viceversa. Entre los que defendían el SÍ estaban los que achacaban la abstención a los comportamientos de aquellos otros que también lo habían defendido antes y durante la campaña. Entre los que defendían el NO, cada uno se apropiaba de la mayoría de esos noes como propios por motivos de las llamadas zonas de influencia de cada una de sus formaciones y de los porcentajes obtenidos en las mismas. Para cualquiera de estos últimos las abstenciones no son otra cosa que un rotundo NO a las pretensiones de los que defendían el SÍ, para estos el fracaso más estrepitoso fue el de aquellos defensores del NO que ni tan siquiera llegaron a sumar lo que sus fuerzas representan en el parlament, etc, etc, etc.
Pero lo que no he oído a casi ninguno es eso que tanto repite cada uno de ellos cuando les interesa, y es que en la democracia, lo democrático es aceptar los resultados y la decisión del pueblo soberano y nadie tiene por qué adueñarse del voto que no le pertenece. No cabe duda que los síes, en general, se corresponden con las tesis mantenidas por nacionalistas y socialistas, que los noes, en general, están alineados con los planteamientos independentistas y de la derecha no nacionalista, y que las abstenciones sólo pertenecen al pueblo que decidió, por los motivos que fuesen, no acudir a las urnas. Ninguno de los defensores de cualquiera de las posturas debería sentirse orgulloso de este porcentaje de abstencionistas y menos tratar de hacerlo propio, la abstención es el fracaso de todos.
Algunos han perdido la oportunidad de su vida, pues de haberse subido al carro de pedir la abstención hubiesen obtenido el mejor de todos los resultados posibles, podrían haberse apropiado de la voluntad del 50,60% del electorado. Todo aquel que de aquí en adelante opte por solicitar la abstención en cualquiera de las futuras elecciones, tiene casi asegurado el mayor porcentaje respecto a las demás opciones; parecería que con ello no consiguen nada, pero sí ganan. Y los que ganan con todo esto no son otros que aquellos que de forma, más o menos velada, están en contra del sistema, aunque aparenten ser sus más fieles defensores. Y los perdedores no seríamos otros que aquellos que defendemos la participación como la mejor forma de hacer valer nuestra opinión aunque en muchas ocasiones no coincida con la de nuestro vecino y amigo.

Teodoro R. Martín de Molina. Junio-2006


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