Treinta años después
FRAGMENTOS DEL CAPÍTULO IV ... "—¡Venga aquí tío Piernas, qué le voy a enseñar cuántas son dos y dos! —Gritaba don Juan, mientras hacía ademán de quitarse la correa. No se la llegó a quitar, entre otras razones porque de haberlo hecho hubiesen quedado al aire sus vergüenzas ya que los pantalones le quedaban anchos, o al menos eso parecía. Constantemente, cuando se encontraba de pie, estaba subiéndoselos a pequeños tirones mientras tosía. Su tos era espasmódica y entrecortada, nunca se le oía una tos profunda, parecía un acto reflejo cuyo sonido provenía de la boca más que de la garganta o de los pulmones. Tendría don Juan por aquella época, entre treinta y cuarenta años. Era alto, algo desgarbado y despreocupado en el vestir. Solía llevar chaqueta o jersey y camisa blanca con corbata negra ocasional, los zapatos los cubría en los días de lluvia con unos chanclos. A partir de los primeros fríos, todo lo ocultaba con un abrigo tres cuartos gris, que él acortaba más al llevar siempre las manos metidas en los bolsillos apretándolas contra la cinturilla del pantalón para evitar que se le bajase. Todas las mañanas aparecía muy peinado, pero conforme pasaban las horas el pelo se le iba poniendo de punta: hacia arriba, los de la parte superior de la cabeza, y hacia atrás, los de la coronilla; los remolinos del pelo actuaban emitiendo su energía y superando las dificultades que la abundante agua de la mañana lo había mantenido en el lugar deseado por don Juan. Sus ojos eran un poco saltones. Llevaba barba de un día para otro y lo que más destacaba de su rostro era su labio inferior, grande y carnoso, siempre húmedo. Era delgado pero, no obstante, se le empezaba a notar una cierta curva de la felicidad sobre la que caía el extremo de la corbata y, no en pocas ocasiones, la ceniza del permanente cigarrillo que constantemente iba de la boca al cenicero y viceversa. Fumaba muchísimo y tenía las dos últimas falanges y las uñas de los dedos índice y corazón de la mano izquierda completamente amarillas, fruto de la nicotina de los Ideales y Peninsulares que por ellas pasaban. Tenía un carácter jovial y dicharachero, le encantaban las bromas y, creo que el mal genio que demostraba en ocasiones era para camuflar su natural tendencia al dejar hacer, o porque tenía que imponerse de algún modo a los casi cien “Tío Piernas” con los que se enfrentaba cada día. En su escuela todos éramos unos “Tío Piernas” en cuanto don Juan se enfadaba con nosotros. Además casi todos teníamos una coletilla añadida a nuestros nombres con la que don Juan nos había bautizado al poco de llegar a la escuela. Unos éramos más “afortunados” y teníamos más de una. " ... "A lo largo de nuestra estancia en la escuela de don Juan, la mayor parte de sus alumnos teníamos que convivir con los sobrenombres y añadidos con los que nos obsequiaba. No sé si por lo complejo de algunos de ellos o porque él no lo permitía, lo cierto es que, en general, los alumnos no los utilizábamos entre nosotros y pocos de ellos, o casi ninguno, trascendía a la calle; todos se quedaban en el ámbito de la escuela. Para este menester don Juan recurría unas veces a citas bíblicas, otras a citas literarias; en muchas ocasiones a personajes famosos y en otras a su peculiar ingenio. A Jesús le repetía la petición del ciego de Jericó en el evangelio: —¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Otras veces lo hacía en forma de pregunta: —Jesús, hijo de David ¿vas a tener compasión de mí? A lo que Jesús respondía: —Sí, don Juan. —¿Cuándo vas a tener compasión de mí, Jesús? —Mañana, don Juan, mañana —contestaba Jesús con un aire de condescendencia. A Pedro Herrera le solía decir: —Tú eres Pedro, que quiere decir piedra, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia. Otras veces le preguntaba mirando al resto de la clase: —¿Pedro, me quieres más que éstos? Evidentemente, Pedro tenía que contestar: —Sí, don Juan. Andrés, el hijo de don Tomás, el administrador de correos, respondía a la frase: —Tomás, no seas incrédulo sino fiel. También a la de: —Tomás, Tomás, te voy a comprar un bebé para hacer de mamá. Ésta última no sé a cuento de qué venía. Entre los sobrenombrados con los nombres de personajes famosos, reales o de ficción, estaba Miguel “el del Pino”, quien para don Juan era “Miguel Mateo Miguelín, matador de novillos toros”. Con frecuencia le hacía leer en voz alta la crónica taurina que aparecía en la Hoja del Lunes, que para nosotros sería del miércoles o jueves. A la voz de: —Matador, léanos la crónica taurina de la corrida celebrada el domingo en Ronda. Miguel se subía al asiento de su pupitre y comenzaba a leérnosla. El día que no había periódico, en vez de leer la crónica, la recitaba según su buen entender. Mi amigo Antonio Cantizano, que para nosotros era “Rabietas”, por su parecido con el compañero de Mendoza Colt, para don Juan era “Mario Moreno Cantinflas”. A Bernardo “el Perruno” o “el Tarta”, lo llamaba “Bernardo el Carpio”, y como Bernardo era un poco tartamudo lo completaba con cierta ironía: —Mejor orador que el mismísimo Castelar. Julio Bellido era llamado “Bellido Dolfos”, al referirse a él le recitaba:
«Bellido Dolfos, hijo de Dolfos Bellido, si gran traidor fue el padre mayor traidor fue el hijo»
A la pregunta: —¿Qué hiciste, gran traidor? Bellido contestaba: —Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor. José María el Callallo era, «José María el Tempranillo, bandolero de Sierra Morena y de la Serranía de Ronda». «Las umbrías del vaquero» o «El lindo don Diego y El desdén con el desdén» eran los apelativos con los que se refería a Dieguito Umbría. Aquél que se apellidaba Corbacho era para don Juan, «el Corbacho y otros relatos medievales». Los hijos de “Castoro”, Rafael y Jorge Caballero, quedaron automáticamente convertidos en, «el Caballero de la triste figura» y, «el Caballero de la mano en el pecho»; juntos eran considerados «los caballeros de la mesa redonda». Luis Serrano era otro que tenía abundancia de apelativos, entre otros: «Don Luis Pitín con su corbata y su corbatín», «Aquí hay un don Luis que vale por lo menos dos...», y continuaba recitando el pasaje del Tenorio, «más bonito que un San Luis» o «Mi tío Luis Calvente, el de las bodegas madrileñas», éste último iba acompañado de la pregunta: —A ver, tío Luis ¿qué tienes hoy de tapas? Luis contestaba con una retahíla de tapas que iban desde la tortilla de patatas a las gambas al pil-pil, pasando por los boquerones fritos, chipirones, etc.; si a don Juan no le parecía suficiente seguía preguntando: —¿Y qué más, qué más? A ello Luis trataba de responder como podía para salir del trance." ... |