Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

"1963"

      Al socaire de estos días de fiesta y celebraciones en los EEUU con motivo de la toma de posesión del presidente Obama, me he entretenido en repasar los discursos de Luther King, el de 1963, y Obama, (de éste he revisado el de Chicago, el 4 de noviembre, y el reciente de Washington).
    Tratando de buscar paralelismos y discordancias entre ellos, aunque las hay, me he encontrado con algunas características que me han llamado más la atención y que quisiera dejar en este breve escrito.
    “Nineteen sixty three is not an end, but a beginning”. Estas palabras pronunciadas por Martin Luther King Jr. en su alocución en la que, probablemente, haya sido la mayor marcha por la libertad y contra la discriminación de los negros en su famoso discurso “I have a dream” ante el monumento a Lincoln en Washington, fueron premonitorias o se han visto cumplidas cuarenta y cinco años después este pasado 20 de enero, con la jura de Barak Husein Obama como 44º presidente de los Estados Unidos de América. El sueño de Luther King se ha hecho realidad en la persona del actual presidente norteamericano, después de que en el transcurso de estos años todas las exigencias presentadas por el reverendo negro, asesinado cinco años después del mencionado discurso, hayan sido atendidas por los poderes públicos estadounidenses gracias al sacrificio de hombres como Luther King y todos sus seguidores que supieron luchar con la “fuerza del alma y no con la física” sin echar mano de la violencia, sino pregonando el discurso contrario a ella.
    Cuando los herederos del reverendo King hayan visto a Obama como presidente, habrán visto satisfechas todas sus demandas de igualdad que convergían en ver que “la justicia discurre como el agua y la rectitud como poderosa corriente”.
    Tenía fe ciega en lo que decía al animar a los miles de congregados a que volviesen as sus lugares de origen sabiendo que habría algún modo en el que aquella situación de los años sesenta podía y debería cambiar. Y el cambio total ha llegado con el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos. El “Sí, podemos” de Obama, no cabe duda de que estaba imbuido de la misma fe que la que el Premio Nobel de la Paz transmitía en su discurso a toda aquella masa, de blancos y negros, que se reunieron para escucharle.
    El pueblo norteamericano se ha ido despertando poco a poco del sueño que aquel día Luther King transmitió a todos los que lo escucharon en Washington y a todos los que lo han seguido escuchando con posterioridad. Han visto como se hace realidad que “todos los hombres son creados iguales”, como “el sofocante calor de la opresión se ha convertido en un oasis de libertad y justicia”, como “los hijos de los viejos esclavos y los de sus propietarios se sientan juntos en la mesa de la fraternidad”, o como “los hijos de los negros y los de los blancos van de la mano en pos de un mismo futuro”, y como “las personas no son según el color de su piel, sino según su forma de ser”.
    En Barak Obama, se personifican muchas de estas ilusiones de Martin Luther King, a él, al nuevo presidente de los Estados Unidos, le resta la tarea de convertir en realidad todo lo que desgranó en su discurso de Chicago en el que se perfilaba la que debe ser su política basada en el mandato del pueblo norteamericano de liderar “lo que para la historia debe ser la esperanza de un día mejor”. Aun a sabiendas de que se ha llegado tan lejos “aún queda mucho por hacer”. Que las futuras generaciones tengan, al igual que nosotros en estos años, la oportunidad de ver otros cambios positivos que redunden en beneficio de los más desfavorecidos, que por desgracia todavía se cuentan por millones.
    Al igual que Martin Luther King pasa en su discurso de la desesperación a la esperanza, Barak Obama debe transformar el suyo de esperanza en el discurso de la realización plena de todas aquellas viejas esperanzas y de las nuevas que con su llegada al poder han anidado en los corazones de tantas y tantas personas de todo el orbe. Quizás dentro de otros cuarenta y cinco años nuestros hijos y nietos puedan escuchar ese discurso que todos anhelamos en boca de cualquier marginal de hoy.

Teodoro R. Martín de Molina. Enero de 2009
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