Atardecer. Fotografía de Salvador Martín

LA GACETA DE GAUCÍN

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OPINIÓN

18 días y 30 años

 

Con este título no quiero hacer referencia a los bíblicos 40 días y 40 noches del diluvio o del ayuno en el desierto, tampoco a los 19 días y 500 noches que Sabina tardó en olvidarla. Aunque algo de todo ello, sin quererlo, se puede decir que debe subyacer en mi subconsciente cuando me decido por éste enunciado y no otro para el inicio del artículo. Al final diréis.

            Es normal que el seguimiento de los acontecimientos en las últimas semanas en Egipto por mi parte haya sido más intenso de lo normal. El hecho de que mi hija mayor trabaje en El Cairo desde hace bastantes años, me ha obligado a estar muy atento a todos los hechos acaecidos en la capital egipcia, desde el inicio de la revuelta popular, hasta la salida de Mubarak y el actual estado de cosas con el ejército al frente de la situación.

            Han sido 18 días de intranquilidad por nuestra parte, pero que nada tendrán que ver con lo padecido por el pueblo egipcio en general, y por los cientos de miles de sus ciudadanos que día tras días se han estado manifestando en la plaza de la Liberación y en los aledaños de la misma. Tampoco los sufrimientos, las inquietudes y los miedos de estos 18 días deben de tener mucho que ver con los soportados a lo largo de los 30 años de gobierno autocrático, dictatorial y corrupto por parte de los dirigentes del antiguo régimen, algunos de los cuales aún permanecen entre los que tienen el destino del pueblo egipcio en sus manos.

            Nosotros sabemos bastante de eso, no en vano “disfrutamos” de un régimen de características similares por un período mucho mayor a los 30 años de Mubarak en Egipto, supimos de sus “bondades” y de los “desvelos” del dictador por todos sus súbditos, pues eso somos, y nada más, cuando estamos bajo la bota del dictador de turno, sea militar, civil o de casta real, que de todos estos tipos proliferaron a lo largo de la historia y aún lo hacen por el norte de África y la península Arábiga. Unas veces amparados en las costumbres, otras en la religión, otras en la fuerza, pero nunca en la legalidad, al menos como la entendemos nosotros.

Han sido, y por desgracia aún son, regímenes que han basado su prolongación en el tiempo amparados por la inestabilidad de la zona y contando con el beneplácito de todo occidente porque con ellos se garantizaba por un lado la estabilidad de Israel y por otro, sobre todo, el suministro del petróleo del que los occidentales somos tan dependientes. Bajo la tutela de las grandes potencias occidentales una serie de personajes pintorescos y ávidos de riquezas se han perpetuado en el poder de todos esos países procurando solamente amasar ingentes fortunas, manteniendo contentos a las élites sociales y castrenses que se aproximaban a ellos a recoger las migajas que se les escapaban de sus repletas manos, propiciando las corruptelas de los estratos intermedios, y olvidándose, cuando no ignorando, al pueblo en su inmensa mayoría, que ha ido sobreviviendo como ha podido entre penurias y miserias que en mucho se asemejan a las vividas por nosotros hace setenta años.

Pero al parecer todo tiene un límite y el vaso tiene un borde del que se escapa el agua cuando lo colma la última gota. Eso está pasando en los países árabes en los que los ciudadanos gracias en parte, también, a la aldea global en la que se ha convertido el mundo y a la carencia de lo más elemental para subsistir tras las últimas subidas en los bienes imprescindibles y necesarios para la supervivencia del ser humano, se han levantado con una determinación difícil de ser contrarrestada con la fuerza de las armas o con vanas promesas que sólo pretendan dejar todo tal y como estaba hasta antes de que comenzaran las revueltas.

La mecha se encendió en Túnez, pronto pasó a Egipto, y, como reguero de pólvora, se está extendiendo por el resto de países con circunstancias parecidas a ellos. En Yemen y Argelia –aquí ya están escarmentado, supongo, están comenzando su peregrinación hacia la libertad, en Bahréin hacen lo propio, mientras que la Libia de Gadafi y el Marruecos de los alauitas están poniendo sus barbas en remojo después de ver el afeitado de sus hermanos y vecinos.

            Confiemos en que Alá les eche una mano y que después de un corto período de sufrimiento agudo acaben con el crónico que los ayunos involuntarios y los diluvios no deseados le ofrecieron a lo largo de los años, de modo que, como Sabina, poco a poco consigan olvidar a aquellos que tan mal los trataron durante tanto tiempo.

            Law sha’ Allah  (Dios lo quiera).

 

Teodoro R. Martín de Molina. 17 de febrero de 2011.

 
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