MIS LIBROS

Treinta años después

FRAGMENTOS DEL CAPÍTULO XV

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"Hubo suerte y en junio aprobé el grupo de reválida, debí de traducir algo bien para no repetir el cero del curso pasado, porque en la lectura prácticamente me volvió a suceder lo mismo. Durante el verano me preparé para el examen de ingreso de magisterio y en septiembre también lo aprobé, con ello comenzaría el nuevo curso dedicado a primero de magisterio. Pasé de tres asignaturas en un año a tener que prepararme doce o catorce al año siguiente.

En la escuela del patronato nos volvimos a juntar casi todos los que habíamos estudiado hasta entonces en la escuela de don Mario. También se unieron algunos nuevos como fue el caso de Gavilán que dejó los Salesianos y volvió al pueblo para hacer magisterio. Sería mi compañero durante los tres años de carrera.

El carácter y el talante del primo Teodoro no tenían nada que ver con los de nuestro anterior maestro, también cuñado suyo —éste, el primo y Salvador estaban casados con tres de las hermanas Valdivia, la cuarta lo estaba con Pepe Rubio—. El primo distinguía muy bien entre los alumnos de la escuela nacional y los estudiantes, y aunque con los primeros se le podía escapar alguna que otra vez un tortazo o un palmetazo, eso nunca ocurría con nosotros, el se conformaba con ordenar silencio constantemente aunque en la clase no se oyese ni una mosca, eso de mandar a callar era para él como un tic nervioso. No intentaba ser el centro de atención en ningún lugar, ni en las clases ni en sus relaciones con su familia y amigos. Se dejaba llevar y en muchas ocasiones parecía que iba a remolque de aquél o aquellos con los que se encontraba.

Era un experto en Matemáticas, no en vano se había estado preparando para ingresar en la academia general de Zaragoza, pero cuando un problema se resistía después de que entre todos tratáramos de buscar la solución que nos daba el libro, él, antes de darse por vencido, buscaba qué relación matemática podía guardar nuestra solución con la del libro y cuando la encontraba se acababa el problema con un:

—Esto se divide por dos y ya está la solución —en el caso de que la división y el dos fuesen la operación y número adecuados.

Nosotros, con tal de no seguir con problema tan embrollado, dábamos por buena su salida y ahí quedaba el asunto.

Gavilán y yo fuimos los dos únicos alumnos que comenzamos ese año magisterio. Más tarde, en segundo y tercero, nos uniríamos a otros que habían comenzado antes o se unirían a nosotros aquellos que hacían los cursos de dos en dos, caso de Encarnita, la de Antoñito Bautista, que no recuerdo bien si por aquella época ya empezaba a salir con Pepe.

En el tiempo que estuvimos estudiando magisterio recorrimos varios locales: la escuela del patronato, la antigua casa de don Mario que estaba enfrente de la de Felicia donde vivía el primo, la casa de Encarnita en algunas ocasiones y por último la sala de estar de la casa de Gavilán. Allí fue donde alrededor de la mesa camilla aprendí a leer al revés tan bien como al derecho. Yo creo que el esfuerzo que realizaba para recitarle las lecciones sin que pareciese que estaba leyendo me servía tanto o más que las pocas horas que le dedicaba al estudio.

Allí nos juntábamos Gavilán, Encarnita, Teresa Avilés y yo para que el primo nos tomase las lecciones. Cuando estábamos en las clases nos sentíamos enanos, ellas dos ya eran mayores, a nuestros ojos, y nosotros un par de barbilampiños, que nos tocábamos la cara y envidiábamos a los que ya hacían uso de las de hoja acanalada para afeitarse. Nuestras compañeras para nada reparaban en los dos mocosos que tenían al lado si no era para ayudarles a solucionar algunos de los problemas que les habían resultado rebeldes."

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"Los días más esperados por nosotros eran, aunque resulte paradójico, los de los exámenes. Teníamos que examinarnos de hasta dieciséis o diecisiete asignaturas en tres días, eso daba una media de entre cuatro y seis exámenes diarios, salíamos de uno y apenas teníamos tiempo para llegar al siguiente. Pero todo se perdonaba por el simple hecho de estar solos en Málaga, a nuestras anchas sin que nadie nos vigilase.

Ya no era como cuando íbamos a Algeciras y el maestro te acompañaba y te llevaba a la pensión, al restaurante, al instituto, te decía que en tal aula era el examen de tal asignatura y te daba un coscorrón si no hacías lo que él te decía, ahora tú eras el que decidías dónde dormir, dónde y cuándo comer, etc. La verdad es que la mayoría de los días se comía bastante poco, ahorrábamos lo que nuestros padres nos habían dado como gastos de comida y lo dedicábamos a otros menesteres, normalmente tomarnos unas cañas con tapas de gambas cocidas en los Boquerones de Plata, ir al cine o bajar por las noches a Torremolinos a ver si nos ligábamos a alguna de las primeras suecas que empezaban a proliferar por Málaga y su costa. Ligar, ligábamos poco, pero el solo intento ya era emocionante y podíamos ir al pueblo contando como era la calle San Miguel de Torremolinos o la discoteca Tiffany's y las minifaldas y los pantaloncitos que llevaban las extranjeras.

Papá nos daba una asignación para los tres o cuatro días que duraba el viaje y la estancia en Málaga: esto para el viaje —que era fijo y no escamoteable—, esto para la pensión, esto para la comida y esto para tus gastos —la cantidad más ridícula¾. Cuando volvíamos siempre le decíamos que habíamos tenido lo justo o que nos había sobrado muy poco. Jesús era el único que le presentaba un resumen pormenorizado de todos los gastos, serían las cuentas del Gran Capitán pero daban sensación de verosimilitud.

Nos hospedábamos casi siempre en la pensión Almendro, que estaba en la plaza Félix Sáenz, y desde allí nos movíamos para los distintos lugares a los que queríamos ir, era un lugar bastante céntrico de la Málaga de entonces. Miguel nos contaba que cuando ellos iban a examinarse con Dieguito “el de Benarrabá” —Dieguito, Dieguito y la botella de coñac—, los ahorros se los gastaban en las salas de fiestas y que alguno se aventuraba por las calles en las que las mujeres vestidas con escasa ropa y asomadas a las puertas buscaban clientela entre los “enteradillos” venidos de los pueblos y los marineros de los barcos atracados en el puerto.

El año que fui a examinarme de tercero, Jesús ya había aprobado las oposiciones y estaba haciendo la mili en la base aérea, además daba clases en un colegio privado que estaba por Ciudad Jardín. Ese año todo fue ahorro, dormía en una habitacioncilla que tenía Jesús en los bajos del colegio y los tres días estuvimos comiendo morcilla en manteca que le había mandado mamá en unas latas. Comprábamos unos bollos de medio kilo de pan blanco que, rellenos de morcilla, estaban de muerte. La morcilla en manteca era una de las cosas que siempre sobraba de las matanzas porque a casi ninguno nos gustaba, pero como algo había que comer y con ello se podía uno ahorrar el dinero de la comida ¡qué buena me sabía!"

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